Las enfermedades infecciosas en animales de granja representan un problema sanitario, económico y ambiental de enorme magnitud. Brotes que diezman piaras o rodeos enteros implican pérdidas millonarias, sacrificios masivos y un uso intensivo de antibióticos y vacunas. Frente a este escenario, la ingeniería genética ofrece una alternativa novedosa: desarrollar animales que, desde su nacimiento, sean intrínsecamente resistentes a virus específicos gracias a modificaciones precisas en su ADN.
En los últimos meses, equipos de investigación demostraron que es posible introducir cambios dirigidos en genes clave del sistema de defensa celular para impedir que determinados virus se repliquen. En el caso de una enfermedad viral que afecta gravemente a la producción porcina, por ejemplo, la inactivación de una proteína utilizada por el patógeno como puerta de entrada permite que los animales expuestos al virus permanezcan sanos. En ensayos controlados, los ejemplares editados no desarrollaron síntomas, mientras que los animales no modificados enfermaron de manera rápida y severa.
La importancia de este avance va más allá de una sola enfermedad. El mismo principio puede adaptarse a otros patógenos que comparten mecanismos de infección similares, e incluso pensarse para ganado bovino, ovino o aves. Editar uno o varios genes estratégicos en la línea germinal genera una descendencia completa que conserva la resistencia, reduciendo la necesidad de tratamientos frecuentes y la presión sanitaria sobre el sistema productivo. En un contexto de cambio climático y comercio global, disponer de animales menos vulnerables a epidemias es un factor de estabilidad para la seguridad alimentaria.
Desde el punto de vista de bienestar animal, la tecnología también ofrece ventajas claras. Reducir el sufrimiento asociado a enfermedades graves y evitar sacrificios preventivos masivos son objetivos alineados con los estándares éticos más exigentes. No se trata de aumentar la productividad a cualquier costo, sino de disminuir la carga sanitaria y el impacto ambiental asociado al uso intensivo de fármacos y biocidas. Menos brotes significan menos antibióticos y menos riesgo de generar resistencias que luego afectan a la salud humana.
La implementación práctica, no obstante, enfrenta obstáculos regulatorios y de aceptación social. En muchos mercados, los consumidores mantienen reservas frente a los organismos modificados genéticamente, aunque las técnicas actuales sean más precisas y transparentes que las utilizadas décadas atrás. Además, las normativas difieren entre regiones, lo que obliga a los productores a evaluar cuidadosamente dónde y cómo introducir estas innovaciones. Países con alta carga de enfermedades pueden ver en esta tecnología una herramienta imprescindible, mientras que otros pondrán el énfasis en la trazabilidad y el etiquetado.
Otro debate se centra en la concentración tecnológica. Si solo unos pocos grupos controlan las patentes sobre las ediciones clave, podrían consolidar una fuerte posición dominante sobre la genética de las principales especies de interés comercial. Para evitarlo, diversas iniciativas promueven modelos más abiertos de desarrollo y licenciamiento, que permitan a centros públicos y pequeñas empresas acceder a las herramientas sin barreras insalvables. La construcción de un ecosistema equilibrado será esencial para que la edición génica en animales de granja se traduzca en beneficios distribuidos y no en nuevas dependencias.
Lo que resulta difícil de negar es que la ingeniería genética aplicada a la sanidad animal llegó para quedarse. La combinación de conocimiento profundo del genoma de cada especie, herramientas de edición de alta precisión y sistemas de monitoreo epidemiológico en tiempo real proporciona una base sólida para rediseñar la relación entre producción, salud y medio ambiente. La cuestión estratégica para el sector agroalimentario es cómo incorporar estas innovaciones de manera responsable, transparente y sostenible.
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