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Un “radar” visual de 500 millones de años guía cómo vemos y reaccionamos

11 de noviembre de 2025

Nuestros movimientos cotidianos —esquivar una bicicleta, responder a un gesto en la calle o frenar ante una luz roja— dependen de una coordinación muy rápida entre lo que vemos y la forma en que reaccionamos. Durante décadas, gran parte de la investigación en neurociencia sostuvo que esas tareas complejas recaían casi por completo en la corteza cerebral, la región más reciente y desarrollada del encéfalo humano.

Un trabajo reciente pone en cuestión esa visión y devuelve protagonismo a una estructura mucho más antigua desde el punto de vista evolutivo: el colículo superior, una especie de “radar” situado en el techo del tronco encefálico. Este conjunto de neuronas, presente en numerosos vertebrados desde hace cientos de millones de años, puede interpretar por sí mismo información visual relevante y orientar de manera rápida la atención y los movimientos del cuerpo.

Los investigadores combinaron registros de actividad neuronal y técnicas avanzadas de análisis de datos para mostrar que el colículo superior no solo detecta cambios de luz o movimiento, sino que también integra señales para decidir qué estímulos merecen una respuesta prioritaria. En otras palabras, participa activamente en seleccionar qué parte de la escena visual se convierte en el foco de nuestra conducta en cada momento.

Este hallazgo obliga a revisar la distribución de tareas dentro del cerebro. Si una estructura tan antigua es capaz de realizar operaciones que se consideraban exclusivas de la corteza, el mapa funcional del sistema nervioso resulta más distribuido de lo que se pensaba. La corteza sigue siendo central para procesar detalles finos y construir representaciones conscientes, pero no actúa sola: trabaja en tándem con circuitos más antiguos que optimizan la rapidez de las respuestas.

La idea de un “radar” profundo que guía nuestros movimientos tiene implicancias concretas. Podría ayudar a entender por qué ciertos trastornos neurológicos alteran la capacidad de orientar la mirada, mantener la atención o reaccionar frente a estímulos repentinos, aun cuando la visión básica parece preservada. También abre la puerta a nuevas estrategias de rehabilitación tras lesiones cerebrales, aprovechando la plasticidad de estas estructuras subcorticales.

Desde un punto de vista evolutivo, el estudio refuerza la hipótesis de que el cerebro humano no reemplaza a los circuitos más antiguos, sino que los integra en sistemas jerárquicos más complejos. Las funciones que hoy damos por sentadas —seguir una pelota, leer un cartel, moverse con seguridad en el tránsito— se apoyan en mecanismos que comenzaron a definirse mucho antes de la aparición de nuestra especie.

La investigación también muestra el impacto de las nuevas tecnologías de imagen y de procesamiento de datos en la comprensión del cerebro. La posibilidad de registrar la actividad de miles de neuronas a la vez y de aplicar modelos matemáticos a esos datos permite detectar patrones que antes quedaban ocultos en mediciones más fragmentarias.

Para la vida cotidiana, estos avances se traducen en una mejor comprensión de por qué percibimos ciertas cosas y otras pasan inadvertidas. El colículo superior parece intervenir en esa selección temprana: decide, de manera silenciosa y rápida, qué estímulos visuales merecen activar una cadena de respuestas motoras o cognitivas y cuáles pueden relegarse al fondo.

A futuro, conocer con más detalle la organización de este “radar” cerebral podría inspirar también nuevos sistemas de visión artificial y de robótica, capaces de priorizar información relevante en entornos complejos sin depender de un procesamiento centralizado y costoso. Una vez más, los mecanismos ancestrales del sistema nervioso ofrecen modelos eficaces para diseñar tecnologías del siglo XXI.

El hallazgo recuerda que, detrás de cada gesto aparentemente simple, opera una arquitectura neuronal refinada por millones de años de evolución. Comprenderla en profundidad no solo sacia la curiosidad científica: también ofrece herramientas para cuidar mejor la salud cerebral y para construir dispositivos que dialoguen de forma más respetuosa e inteligente con nuestras capacidades biológicas.

Octavio Chaparro
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