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Un test genético busca anticipar qué antidepresivo funcionará mejor

11 de noviembre de 2025

Millones de personas en el mundo atraviesan procesos de depresión y ansiedad y se enfrentan al mismo laberinto clínico: probar durante meses distintos fármacos hasta encontrar uno que funcione. Ese recorrido, basado en el ensayo y error, retrasa el alivio de los síntomas y multiplica los costos económicos y emocionales para pacientes, familias y sistemas de salud.

Un grupo de investigadores europeos anunció el desarrollo de una prueba genética diseñada para anticipar qué pacientes responderán mejor a determinados antidepresivos. El enfoque se apoya en el uso de puntuaciones de riesgo poligénico: en lugar de buscar un único “gen de la depresión”, el análisis combina pequeñas variaciones en miles de puntos del ADN para construir un perfil de susceptibilidad y de respuesta farmacológica más preciso.

La idea de fondo es sencilla, pero potente: si se conoce de antemano cómo procesa el organismo ciertos fármacos, se puede elegir desde el inicio el tratamiento con mayores probabilidades de éxito, reduciendo el número de intentos fallidos. Para muchas personas, eso podría traducirse en semanas o meses menos de síntomas intensos, menos ausentismo laboral y menor desgaste de las redes de apoyo cercanas.

Según los datos preliminares, el algoritmo que acompaña a la prueba cruza la información genética con variables clínicas básicas, como la edad, el peso, la presencia de otras enfermedades o tratamientos y la historia previa de respuesta a psicofármacos. Ese modelo combinado habría permitido mejorar la predicción sobre qué fármaco funcionaría mejor para cada paciente, en comparación con los métodos tradicionales basados solo en la entrevista clínica.

Más allá del entusiasmo inicial, los propios autores insisten en que este tipo de herramientas no reemplaza al criterio profesional ni convierte al ADN en una receta automática. La genética aporta una parte del mapa, pero la evolución de los síntomas, el contexto psicosocial y la posibilidad de acceder a terapias psicológicas siguen siendo piezas centrales de cualquier estrategia de tratamiento responsable.

Uno de los desafíos centrales será garantizar que estas pruebas no profundicen desigualdades. Si solo están disponibles en centros altamente especializados o a costos elevados, podrían beneficiar sobre todo a los pacientes con más recursos, mientras que los sectores vulnerables continuarían expuestos a circuitos de atención fragmentados y a tiempos de espera más largos antes de dar con un tratamiento eficaz.

Otro aspecto clave es la protección de los datos personales. Los perfiles genéticos son información extremadamente sensible y su manejo requiere marcos regulatorios claros, sistemas seguros de almacenamiento y reglas estrictas sobre quién puede acceder a esos datos y con qué finalidad. La aplicación de la prueba en entornos de salud mental, donde los estigmas siguen presentes, obliga a extremar la prudencia.

Aun con esas cautelas, el avance se inscribe en una tendencia más amplia hacia la medicina de precisión en salud mental: tratamientos menos genéricos y más ajustados a las características biológicas y contextuales de cada persona. En lugar de concebir a la depresión como un cuadro homogéneo, se la empieza a entender como un conjunto de trayectorias posibles que combinan vulnerabilidades genéticas, experiencias de vida y condiciones sociales.

Para países con sistemas de salud tensionados, contar con herramientas que reduzcan la duración de los tratamientos ineficaces puede marcar una diferencia en la planificación de recursos. Si menos pacientes requieren cambios repetidos de medicación, se reduce la demanda de consultas sucesivas solo para ajustar dosis y se liberan turnos para quienes esperan un primer diagnóstico.

El paso siguiente será validar la prueba en poblaciones más diversas y en contextos reales de atención, lejos de los entornos controlados de los estudios iniciales. También será clave evaluar su rendimiento económico: cuánto cuesta implementarla a gran escala y cuánto ahorra en hospitalizaciones, consultas y días de trabajo perdidos. Solo con esa perspectiva completa podrá medirse su verdadero impacto.

Mientras tanto, la iniciativa pone sobre la mesa una discusión de fondo: hasta qué punto es posible y deseable personalizar los tratamientos en salud mental y cómo combinar los aportes de la biología, la psicología y las políticas públicas. La respuesta no vendrá de un único test, pero avances como este señalan un horizonte donde las decisiones terapéuticas puedan apoyarse en evidencia más fina y menos aleatoria.

Octavio Chaparro
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